Eran las once y media, ya de camino a mi casa vi a mi vecino salir de un callejón. Su
ímproba sonrisa y sus manos ensangrentadas lo delataban. Nada bueno había pasado en aquel lugar, se acercó a mí y me empezó a
embaucar con palabras delirantes. Incluso me hizo prometer que no actuaría como un
correveidile y que no se lo diría a nadie
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